El necesario periodismo crítico

La ausencia de un periodismo crítico despoja a los gobiernos de la capacidad para medir sus propias limitaciones. Con insólita frecuencia se cede aquí a los impulsos del entusiasmo al enjuiciar una gestión administrativa. Estos despropósitos de nuestra retórica encuentran inmensos espacios en la prensa. La costumbre de atribuir méritos, por lo general inexistentes, a toda actuación oficial, termina siempre nublando la óptica gubernamental, y reduce así su capacidad para analizar objetivamente el alcance y consecuencias de sus propias acciones.

El deber de la prensa es situarse en un plano intermedio, en el que el juicio y la crítica resistan las tentaciones de la adulación, que tanto se escucha en las mañanas, o de la oposición a ultranzas, tan propias de nuestras tardes. El pueblo acude a las elecciones cada cuatro años con la ilusión de elegir a personas capaces y aptas para desempeñar las labores del Gobierno. En consecuencia, es lógico esperar algún tipo de correspondencia, un esfuerzo realmente serio para hacer honor a la responsabilidad que colocó sobre sus hombros.

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La amenaza musulmana

Aquí ya existen varias mezquitas, especialmente en el municipio Este y en construcción una en La Vega y otra, muy grande, en el extremo oriental. En la frontera ya funcionan varias en inmuebles construidos para otros fines. Mujeres en barrios y pueblos del interior se cubren la cabeza con velos, aunque no propiamente el velo musulmán conocido como “hiyab” o “yijab”. En universidades del país estudian jóvenes de uno u otro sexo oriundos de países islámicos.

Así comenzó en el Reino Unido. Allí ahora la situación es crítica. Escocia ya tuvo un primer ministro musulmán nacido fuera de la isla, y los alcaldes de Londres y otras seis ciudades grandes de Inglaterra son musulmanes. En el Parlamento británico también tienen representación y el gobierno censura toda crítica contra el islam. Prohíbe también toda manifestación, expresión o insinuación que pueda molestar a los musulmanes y exhibir o mostrar expresión física religiosa cristiana en la calle o sitios públicos, como persignarse o llevar un collar con una pequeña cruz, mientras los musulmanes cierran calles y entorpecen el tránsito para rezar a cualquier hora, en plena calle o plaza pública.

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El delito de blasfemia según el Islam

Las naciones democráticas libran todavía una batalla contra los intentos de 57 países islámicos de imponerle a las Naciones Unidas una resolución que convertiría en un delito de difamación o blasfemia toda referencia o actitud que se considere ofensiva al Islam o a Mahoma.

Con ello se pretende validar las sentencias condenatorias impuestas en muchos países musulmanes contra ciudadanos acusados de difamar la religión, como fue el caso en el 2012 de la cristiana paquistaní, Asia Bibi, condenada a la horca por ofender al profeta. En Irán, otra mujer fue condenada a morir flagelada por adulterio, considerado un delito por el Islam, a pesar del repudio internacional y de los reclamos de clemencia que los líderes de la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá y el papa elevaron en su momento al gobierno de Teherán.

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Lecciones de experiencias ajenas

Un viejo proverbio hindú dice que “los pájaros se cazan por las patas y los hombres por las palabras”. La sentencia les sienta perfectamente a quienes les resulta muy difícil meditar bien antes de hablar. Dejarse conducir por la emoción resulta en declaraciones que crean confusión y fomentan desconfianza en las intenciones, provengan del Gobierno o del ámbito judicial.

Las consecuencias de esos excesos verbales son muy obvias, según ha quedado de manifiesto tantas veces, especialmente en días recientes. En la era digital en que vivimos la más inocua declaración se conoce rápidamente en todo el mundo. Así, expresiones fuera de tono, predicciones pesimistas o veladas amenazas contra inversiones extranjeras o un proceso judicial repercuten de inmediato en los centros financieros, los mercados internacionales y en la confianza de los ciudadanos en su justicia.

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¿De qué seguridad nos hablan?

Este país es el más seguro, dicen en el Gobierno y se lo creen. La definición supone que los dominicanos pueden dormir tranquilos, dejar las puertas y ventanas de sus casas abiertas durante el día, no sobresaltarse cuando los hijos llegan tarde, salir de noche sin miedo a ser atracados, ejercitarse sin temor a ser agredidos para robarles celulares y relojes y dejar sus vehículos estacionados sin la angustia de que al volver se los habrían robado o no los encontrarán intactos.

De manera pues, que la seguridad que según las autoridades disfrutamos es sólo virtual, como lo es casi todo lo que aquí proviene del sector público, a excepción del cobro de los impuestos, a excepción de los evasores.

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Que siga la fiesta

Hemos perdido la capacidad no ya de indignación sino de asombro. Queda de manifiesto con los escándalos diarios publicados en los medios nacionales. Las cosas que han sucedido en este país en los últimos años nos colocan tal vez en el peor momento en materia de corrupción en muchas décadas.

Sustraer recursos públicos o hacer mal uso de ellos no constituye ya delito entre nosotros. Los cargos en el gobierno son, de hecho, un premio a una adhesión política y no el fruto de méritos ciudadanos o el reconocimiento a una adecuada preparación técnica o profesional para el buen desempeño de la misma.

Hacerse rico desde una función pública, no importa a qué nivel, sea como miembro del gabinete ministerial, o en un grado menor, es ya un asunto natural, propio del ejercicio.

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Una tarea pendiente

La sociedad civil, la que genuinamente integran los grupos organizados independientes de los partidos políticos, tiene el deber de asumir el control del debate de los grandes temas nacionales, para evitar su festinación y que el país acabe, como parece a punto de hacerlo, en las garras de los clanes partidistas, más pendientes de sus propios asuntos que los de la república.

Sólo esa reorientación de la agenda nacional pondrá al país en la senda de una discusión amplia de sus problemas fundamentales, a fin de colocar en el orden correcto aquellos que han quedado rezagados en la arena movediza del partidismo político, de donde parece imposible extraer verdaderas y perdurables soluciones. El camino por el que nos han conducido termina en un desfiladero, repleto de atajos que no llevan a ninguna parte.

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El gobierno yanqui balaguerista

Semanas después de la ocupación soviética de Checoslovaquia, uno de los partidos comunistas que existían clandestinamente en el país, divulgó un comunicado de respaldo a la intervención en el que también se condenaba “al gobierno yanki-balaguerista de Alexander Dubcek”. En aquella época de guerra fría, era frecuente leer en los diarios toda clase de vituperios contra el régimen “Truji-Johnson” de Israel y cualquier otro con tendencia a valorar sus vínculos con los Estados Unidos.

La genialidad de esos grupos se daba más pronunciadamente en sus demandas al gobierno. Por años conservé recortes en los que esos grupos figuraban pidiendo, como condición para poner fin a una huelga contra el presidente Balaguer, la liberación de los presos políticos en la Nicaragua de Somoza, la retirada israelí de los territorios ocupados en la Cisjordania y el cese de la represión en Corea del Sur. Recrearlos ahora resulta divertido. Pero por muy alocadas que parezcan, no siempre estas extravagancias eran fruto de la ignorancia o de un pobre conocimiento de la realidad internacional.

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