No existe un padre de la democracia

Aunque repetirlo parezca una letanía, un régimen de libertades civiles plenas no es, ni podrá ser, el legado de un partido y mucho menos el de un líder, aquí o en cualquier otro país. No me cansaré de repetirlo. La democracia, con todas sus ventajas colaterales, no se pone en vigencia mediante un decreto presidencial o la simple aprobación de una ley por el Congreso. Es el fruto de la experiencia de una nación y el resultado de un proceso en el que intervienen, en distintas épocas, diferentes hombres, mujeres, partidos y grupos sociales. Cada uno de ellos juega un rol de acuerdo con su capacidad y condicionado por las circunstancias políticas, económicas y sociales del momento.

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Ni embargo ni bloqueo

La complicidad con la tiranía castrista y su indiferencia ante las violaciones de los derechos humanos en Cuba, es tan espantosa que se intenta justificarla con el eterno pedido de supresión del selectivo embargo comercial estadounidense, como si los problemas generados por la revolución residieran en ese hecho u obedecieran a factores externos. Es decir, la presunta permanente conspiración del imperialismo y la burguesía, que aún califican de “gusanería”, en una retórica digna de la edad de piedra. Y hablo de embargo, porque nunca ha existido un bloqueo, debido a que Cuba sigue comercializando con el resto del mundo.

Cuando escucho a la izquierda abogar por la eliminación del embargo, que no incluye alimentos ni medicinas, me vienen a la memoria los gritos de la multitud en nuestras ciudades pidiendo el mantenimiento de las sanciones impuestas al régimen de Trujillo por la OEA. A diferencia de aquél bloqueo, que sí lo era, en virtud del cual todas las naciones del hemisferio rompieron lazos con Trujillo y aislaron al país, al que no se le vendía absolutamente nada, a los Castro y herederos se les han mantenido abiertas las puertas del resto del mundo, pudiendo negociar con quien quiera o pueda.

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Los realmente responsables son los dueños

Algunos propietarios de medios electrónicos tal vez ignoren que ellos son moralmente responsables de cuanto se diga o haga en sus estaciones de radio o televisión. Que las ofensas y alegres insinuaciones que se lanzan sobre honras o tranquilidades hogareñas tienen su precio. Que si bien la popularidad que esa obscena práctica genera produce por un tiempo mucho dinero, en algún momento se transforma en descrédito y rechazo. En definitiva, que nadie es tan tonto para creer que esas cosas suceden sin el consentimiento o visto bueno de sus dueños o empleadores.

Lo peor de todo este fenómeno es que las permanentes competencias de vulgaridad que por algunos medios se escuchan y ven, están creando modelos y pautas en el oficio periodístico. Muchos jóvenes talentosos y otros que no lo son, han visto en ello una vía fácil de alcanzar metas, desdeñando el buen decir y la ecuanimidad que tanta falta le hacen a una sociedad dominada por el afán desmedido de lucro y fama. Además, que esas atrocidades se originen en horas inapropiadas es algo intolerable, por el daño irreparable que supone.

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La lenta penetración del islam en el país

Ante la indiferencia del Gobierno y de las distintas denominaciones del cristianismo activas en el país, poco a poco, el islam se ha estado introduciendo en la República Dominicana. La puerta de entrada se da a través de la inmigración haitiana, la legal tanto como la ilegal. Ya funcionan numerosas mezquitas en diferentes poblaciones del interior, especialmente en la zona fronteriza, y en la capital. Según fuentes confiables preocupadas por la situación, existen en el Gran Santo Domingo alrededor de siete.

También es de público conocimiento la construcción en el paradisíaco ambiente del Este turístico del país un templo islámico que compite, según informes no desmentidos, con la majestuosidad de la Basílica de Higüey. Esto sería suficiente para admitir la existencia de un fuerte financiamiento exterior, no identificado hasta ahora.

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La noche de los cristales rotos

El ciclo de antisemitismo que invadía Europa en los años treinta del siglo pasado, subrayaba la necesidad de una patria segura para millones de seres que en el sufrimiento de dos mil años de dispersión habían insistido en seguir siendo judíos. Palestina no era ya una ficción sino una realidad que debía materializarse todavía con mucho sacrificio. A través de sus organizaciones en Alemania, los judíos habían descubierto la inminencia del nuevo peligro. Los nazis acuñaban una terrible palabra que no dejaba lugar a dudas de su designio.

En los discursos del Führer y en la propaganda de Goebbels, “vernichtung”—aniquilación—se oía siempre. Los pogromos que estremecieron las poblaciones alemanas y austriacas todo el día y la noche del 10 de noviembre de 1938, y que ha pasado a la historia como “La noche de los cristales rotos”, fue solo un anticipo de lo que esperaba a las comunidades judías del continente.

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Evitemos las posiciones extremas

Por mucho que nos irriten ciertos hábitos en la esfera política y en especial en el ejercicio del poder, y me confieso un crítico persistente de esos ambientes, lo cierto es que en sentido general esa clase tan denostada ha hecho su papel en la vida democrática del país y casi siempre es posible encontrar en ella más tolerancia y vocación de consenso que en algunas escenas privadas.

Aun reconociendo la necesidad de achicar el Gobierno, esa reducción de roles no implica ni debe conducir a una eliminación de la presencia de los partidos y el liderazgo político en las grandes decisiones nacionales. Con todo y lo que se le pueda criticar a la acción del Gobierno, genéricamente hablando, intentar que los intereses económicos controlen la vida política del país y pauten las decisiones que afectan directa e indirectamente al resto de la sociedad implicaría un retroceso en la vida institucional. Ambos tienen papeles importantes que desempeñar.

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El viejo Yankee Stadium

Después de tantos años por fin lo conocí. Talvez demasiado tarde, ya moribundo y en su lecho de muerte. Ocupó siempre un lugar en mis fantasías infantiles y de muchacho, en aquellos lejanos tiempos en que el horizonte de la vida barrial se detenía al doblar de cualquier esquina y no existía detrás, para muchos de nosotros, más que la posibilidad de un sueño irrealizable.

De todas formas, pude verlo. Pensar en él en esos días lo llenaba todo. No era totalmente como lo imaginaba, pero en su esbelta vejez, abandonado a su suerte, a punto de dejar atrás tantos años de gloria, pude recorrer sus espacios, como se acaricia un cuerpo amado. Y en esos breves momentos me pareció que era otra vez un niño. Creía que abandonarlo, como se había decidido por un vecino nuevo, era un crimen.

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Otra prédica en el desierto

Por años he sostenido que si aspiramos a vivir permanentemente en paz y bajo cierto grado de estabilidad política, deben hacerse más esfuerzos para combatir la pobreza. Los logros en el campo de la seguridad social y la democracia económica están muy a la zaga de las conquistas en materia de desarrollo político y respeto a las libertades individuales. Una democracia funcional requiere de cierto equilibrio de esos elementos fundamentales. Por eso, para muchos sectores de población, nuestro sistema político es insustancial y no les representa nada.

La pobreza no es el factor fundamental de la desobediencia social y la subversión, aunque la fomenta y en determinados momentos la justifica, por lo menos desde un prisma puramente ideológico y humano.

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