Ese “atento a mí” que tanto daña

Me excusan si el título no corresponde al significado del dicho que describe uno de los comportamientos más típicos del irrespeto a las leyes y las normas civilizadas que explican muchos de los vicios que se observan en el diario vivir, tanto en la esfera pública como en la privada. En la primera se alcanza a entender a través de esa expresión la inobservancia de las obligaciones que muchos, no todos, han asumido al ocupar cargos públicos. Llegan tarde e incurren en otras violaciones a sus deberes en el cargo “atento” a él. Y no actúan tampoco con la transparencia y honradez requeridas por la misma razón.

Los ciudadanos se pasan la luz roja “atento a mí” y no toman en cuenta la señal de una vía, no sólo cuando no ven a un policía, sino porque se creen con ese derecho, algo que por supuesto niegan a los demás. Ese “atento a mí” está presente en todos los ambientes a todas horas. Se porta el arma de fuego para el que se posee sólo un permiso de tenencia porque la expresión supone que hacerlo no implica violación alguna y la arraigada tradición de dejarlo así ha hecho de este abominable comportamiento una práctica usual y común del dominicano.

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Nuestro peculiar concepto de la corrupción

En febrero del 2012, el presidente de Alemania, Christian Wulff, debió renunciar al cargo luego de que la Fiscalía pidiera al Parlamento que le despojara de su inmunidad para investigarlo sobre un caso de soborno. Wulff había también incurrido años atrás en el error de no revelar las condiciones de un préstamo obtenido en condiciones graciosas, valiéndose probablemente de sus influencias políticas, mientras ejercía la presidencia de Baja Sajonia. Al verse obligado a renunciar, el dirigente alemán se exponía al riesgo de ir a la cárcel.

En 1988, mientras corría por la candidatura del Partido Demócrata, el actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se vio precisado a abandonar el esfuerzo mientras lideraba las encuestas para evitar un escándalo después que se publicara que había copiado parte de un discurso del líder liberal Neil Kinnock. Su decisión evitó que se le acusara de plagio y el caso se ventilara en la justicia. El asunto fue recreado en los medios años después cuando Biden fue escogido por Barack Obama como su vicepresidente.

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Las lealtades efímeras

Hace un tiempo escribí que el presidente Luis Abinader debería sopesar el valor de las lealtades efímeras a disposición del dinero público, basado en la experiencia que dejaron a cuantos le antecedieron en el cargo. La inutilidad de servidores pagados se hace evidente en lo que se lee y escucha por la radio y la televisión, de expresidentes por parte de aquellos que alguna vez fueron sus serviles seguidores. Dado que se trata de una tradición, podría sucederle también a él cuando concluya su mandato.

Si esas deserciones de lealtad de oportunidad cíclica, se han visto a semanas de cada cambio de gobierno, imagínense lo que le podría venir después desde ese litoral de apátridas morales, cuyo canto, como todo buen gorrión, depende del volumen de alpiste que se le ponga.

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El temor al compromiso

La propuesta del presidente Luis Abinader a favor de un pacto nacional sobre el tema haitiano por encima de las diferencias partidarias, invita a una reflexión a despecho de cuán lejos se esté de lograrlo. En sentido general, y no precisamente en este caso, lo que impide los acuerdos para avanzar en los temas sustanciales de la nación, no son solo los intereses de grupos, por mucho que estos sean y traben los esfuerzos.

Es el miedo a la concertación el que detiene las manecillas del reloj y nos paraliza en el tiempo. El temor a conciliar las diferencias bajo la creencia de que ceder en aras de una buena negociación es claudicar ante el adversario. El terror que le inspira al liderazgo político ir a la casa del contrario y pactar acuerdos, por más que esos tratos sean de urgencia capital para la nación. El horror que les produce un tuit en las redes.

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El abismo entre democracia y dictadura

Las dictaduras y los gobiernos autoritarios son más fáciles de sostener que una democracia auténtica. Sólo necesitan valerse de la fuerza y de la intimidación para mantenerse y luego el miedo los hace una costumbre. Esa ha sido la historia siempre. La hemos vivido una y otra vez en esta nación, en la que sus fundadores, los que se entregaron a la causa de la redención del pueblo dominicano, terminaron en el cadalso o murieron en medio de una pobreza atroz en el exilio, olvidados de aquellos que habían contraído con ellos una deuda de gratitud impagable.

La democracia, en cambio, requiere de una construcción basada en la tolerancia y la paciencia. No se edifica de un tirón como las dictaduras. Es una cultura. Los gobernantes democráticos están obligados por las constituciones y las leyes y están moral y legalmente forzados a respetarlas y hacerlas cumplir, por encima de sus simpatías y compromisos personales o de logias.

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Apuntes sobre la rendición de cuentas

La tan esperada rendición de cuentas, a juzgar por las reacciones, no llenó las expectativas que probablemente se tenían sobre ella en la esfera oficial. Fue excesivamente extensa y fuera de un largo relato de obras realizadas, en construcción o por iniciarse, no trajo esperanzas a amplios sectores de población disgustados por el alza del costo de la vida, la inseguridad ciudadana y el aumento de la inmigración ilegal, que es, sin duda, la queja más fuerte contra el Gobierno.

El llamamiento presidencial a un gran pacto nacional, que eche a un lado las diferencias políticas en aras de un compromiso colectivo sobre el tema más sensible que no es otro que el de la soberanía nacional, difícilmente encuentre eco en los principales partidos de oposición, lo cual implicaría un revés político para el presidente. Proponer ese acuerdo, al final de un extenso discurso lleno de quejas y referencias críticas contra la oposición, fue desde el momento mismo del anuncio una iniciativa sin futuro.

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De solidaridad y obligaciones

Las estadísticas sobre las mujeres haitianas que cruzan la frontera para parir en nuestros hospitales no serían tan preocupantes si no existiera el criterio en sectores de opinión pública y en organismos internacionales, de que por esa razón sus hijos deben ser inscritos en el Registro Civil como dominicanos. El espíritu de humanidad que acoge a esas parturientas no conlleva obligación adicional. La República Dominicana no puede cargar con el peso de la irresponsabilidad de su vecino, porque tiene también sus propios problemas y son limitados sus recursos.

De hecho, no es un secreto que la acogida que se les da a esas parturientas va en detrimento de la capacidad de nuestros hospitales para atender los partos de las mujeres dominicanas. Y buena parte del presupuesto del Ministerio de Salud para ese renglón se consume en atender a las haitianas que no encuentran en su propio país facilidades para dar a luz en condiciones higiénicas, como se les ofrecen en esta parte de la isla. De manera, pues, que se trata de un problema que amerita la pronta atención debida, ya que tiene el potencial de un explosivo.

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El respeto a las leyes impulsa el progreso

El éxito de las políticas gubernamentales no depende sólo de quien las pone en práctica, sino de quienes están obligados a cumplirlas. Nuestra tradición indica la resistencia de los ciudadanos a valorar las acciones y programas que muchas veces se conciben para mejorar su calidad de vida estableciendo niveles de organización indispensables al buen funcionamiento de una ciudad o del país.

Pongamos, por ejemplo, el tránsito. Todos sabemos que se trata de uno de los más serios problemas que hoy, y desde hace décadas enfrentamos y no precisamente por falta de voluntad de las autoridades. Los dominicanos dejamos ver el primitivismo que todo ser humano lleva dentro cuando estamos al frente de un volante. Si se hiciera obligatorio un examen riguroso a todos aquellos que ya tenemos licencia de conducir, incluido el de naturaleza sicológica requerido para una licencia de arma de fuego, probablemente una buena parte la perdería. Y no porque desconozcan la forma de conducir e incluso las señales de tránsito, sino por la conducta que exhiben cuando conducen, se vuelan semáforos, se estacionan en sitios prohibidos, copan las intersecciones y se suben a las aceras.

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